Su resurrección nos asegura que la muerte tampoco será el fin para nosotros, si tenemos fe en Él.
“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él.” Juan 3:16,17
Según la Biblia, Jesús cumplió las profecías sobre el Mesías, el ungido de Dios que vino a salvar a Israel y al mundo. Nacido en Belén de la Virgen María, Jesús creció como un ser humano común y corriente, “tentado en todo, pero sin pecado”. Experimentó la misma hambre, el cansancio, tristeza y dolor que nosotros. Aunque era Hijo de Dios, voluntariamente se identificó con la humanidad; él nos entiende completamente. Y aunque los primeros humanos (y todos los humanos) se rebelaron contra Dios, Jesús recorrió nuestro camino humano pero sirvió a Dios fielmente, viviendo en total unidad con el Padre, lleno del Espíritu Santo, tal como estábamos destinados a vivir.
Jesús enseñó a la gente sobre el reino de amor de Dios, sanó a los enfermos y dio dignidad a los vulnerables y marginados. Su evidente autoridad como verdadero líder de todo el pueblo –el Rey que anhelamos– amenazaba tanto a las autoridades religiosas como gubernamentales.
Su perfecto amor reveló la pecaminosidad de los seres humanos, y mientras muchos lo siguieron, otros lo entregaron para que lo mataran. La Biblia dice que aunque fue condenado a muerte por humanos, fue voluntariamente, sabiendo que era parte del plan de Dios para salvar al mundo.
Jesús es llamado “el Cordero de Dios”, porque su muerte se convirtió en sacrificio por nuestros pecados. Los regalos humanos a Dios (los sacrificios de nuestras posesiones, nuestros esfuerzos por realizar buenas obras, los rituales religiosos) nunca podrían arreglar las cosas entre nosotros y nuestro Creador. Sabiendo que estábamos indefensos, el Hijo de Dios, Jesucristo, se ofreció en nuestro lugar al dejarse clavar en la cruz. Él tomó todo el peso del pecado y la culpa que nos habría destruido, para que pudiéramos ser completamente perdonados y libres. No se avergonzó de llamarnos hermanos y hermanas (hebreos).
La muerte en sacrificio no fue el final para Jesús. Después de tres días, Jesús resucitó de la tumba, mostrándose a los discípulos, demostrando que el pecado, la muerte y los poderes del mal no podían vencer al amor divino. Su resurrección nos asegura que la muerte tampoco será el fin último para nosotros, si tenemos fe en él. Los poderes oscuros del mundo no pudieron retener a Jesús en la tumba, y la oscuridad y la muerte tampoco tendrán la última palabra en nuestras vidas. Jesús el Mesías es nuestro Salvador y Rey viviente. Él está a la diestra de Dios, y todo aquel que pone su fe en él es perdonado y bienvenido a casa en la familia de Dios, ahora y para siempre.
Pregunta:
¿Qué me impacta acerca de quién es Jesús?
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Oración:
Jesús, creo en ti. Ayúdame a entender mejor quién eres.
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